domingo, 26 de octubre de 2008

LA GLOBALIZACIÓN EN TERRENO DESCONOCIDO


La globalización en terreno desconocido

POR NICOLÁS BAVEREZ, HISTORIADOR Y ECONOMISTA Domingo, 26-10-08

Diario ABC


Cada época obedece a un principio. Y el principio de la historia del siglo XXI reside en la globalización. Una globalización estructurada en torno a un movimiento dialéctico: por un lado, la dinámica de la integración, sostenida por el mercado y la tecnología; por el otro, la dinámica del caos, avivada por el conflicto entre el sistema de valores y el aumento de la violencia hasta el límite. En la actualidad, la globalización está expuesta. Conserva su potencial de innovación tecnológica y de apertura de la economía, pero las sucesivas rupturas violentas desde el 11 de septiembre de 2001 hasta el 15 de septiembre de 2008 la han hecho oscilar hacia lo desconocido.

Las revoluciones, las guerras y las crisis económicas no han abandonado la vida de los hombres del siglo XXI; han cambiado de naturaleza. Las revoluciones ya no están guiadas por las ideologías de clase o de raza, sino gobernadas por las identidades y los mitos religiosos, étnicos o nacionalistas. La guerra escapa a los Estados y a las fuerzas militares, a medida que la violencia se independiza del marco institucional y arraiga en la población civil, la cual se convierte en el medio, en lo que está en juego y en el protagonista de los conflictos armados. Las convulsiones económicas se suceden y se aceleran. Así, el estallido de la burbuja especulativa de los créditos en Estados Unidos ha desencadenado una crisis financiera mundial y una recesión en el mundo desarrollado, hasta convertirse en la más peligrosa crisis del capitalismo desde la deflación de los años treinta. La suma del hundimiento del crédito y el consiguiente bloqueo del mercado interbancario, con la quiebra inmobiliaria, la caída de los mercados bursátiles, y el conflicto del petróleo y las materias primas es un fenómeno sin precedentes.

Asistimos al final del ciclo económico que comenzó en los años ochenta y que ha estado marcado por tres signos: la apertura de las fronteras, la liberalización y la innovación financiera. La consecuencia ha sido la descomposición de un modelo económico que mezcla naciones -como Estados Unidos, Reino Unido o España- que importan por medio de créditos, y naciones -como Alemania, China, Japón o Corea- que ahorran, invierten y exportan masivamente. Pero, sobre todo, estamos viviendo el fin de un mundo caracterizado por el monopolio de la historia por parte de Occidente, y por la supremacía absoluta de Estados Unidos desde principios del siglo XX. Estados Unidos sigue siendo la primera potencia del mundo, pero es una potencia relativa que, de momento, está en una situación de quiebra moral, política y económica de la que tardará mucho en recuperarse. Desde que Roosevelt fue elegido en 1932, ningún futuro presidente se ha enfrentado a una situación tan difícil.

Por el momento, en el ámbito económico, la crisis financiera hace que fracasen los instrumentos tradicionales de la política económica. No se consigue rescatar el sistema bancario y el hundimiento del crédito continúa a pesar de la inyección masiva de liquidez, de la reducción concertada de los tipos de interés por parte de los bancos centrales, de la ampliación de la garantía de los depósitos, y de la recapitalización y/o la nacionalización de las grandes instituciones financieras por parte de los Estados desarrollados. La recesión y el desempleo se resisten a las medidas de apoyo presupuestario. En suma, la crisis pone de relieve la debilidad de la regulación y la peligrosidad de las normas del capitalismo financiero, pero también la ausencia de instituciones capaces de hacer frente a las crisis mundiales, por falta de cooperación internacional. Así pues, mientras que la salida de la crisis financiera implica estrategias concertadas entre el norte y el sur o dentro de la Unión Europea, prevalecen el nacionalismo económico, las tentaciones proteccionistas y las medidas de dumping, que aceleran la contracción de los intercambios y fomentan la desconfianza.

Las democracias, en lugar de estar a salvo, se ven especialmente afectadas. Después de la Guerra Fría, se lanzaron sobre los pseudo-dividendos de la paz y del crecimiento intensivo, sin tomar conciencia de los riesgos de la globalización. Después de 2001, cedieron a los impulsos nacionalistas y de protección de la seguridad, y hasta olvidaron sus valores, igual que el Estados Unidos de la Administración de Bush. En lugar de aprender las lecciones de la crisis de las nuevas tecnologías o del hundimiento de Enron, respondieron a la burbuja de Internet con la creación de una burbuja del crédito aún mayor. Actualmente, las democracias del mundo desarrollado deben afrontar tres retos fundamentales. La deslegitimación de los dirigentes -por ejemplo, el vacío de poder que acompaña la agonía de la Administración de Bush-, y la impotencia de las instituciones, debilitadas tanto en el plano mundial, con el arcaísmo impotente de la ONU y de las organizaciones multilaterales de Bretton Woods, como en el plano europeo, con la ausencia de una Europa política y de un Gobierno económico de la zona euro.

Sin embargo, no estamos predestinados a la violencia y el caos. No hay que desesperar de esperar. La globalización puede emprender un nuevo rumbo, más estable y menos caótico, siempre que se dote de instituciones políticas que permitan amortiguar los conflictos que genera. Independientemente de que la cuestión sea la seguridad, el desarme o la lucha contra la proliferación, las negociaciones comerciales o la estabilidad financiera, el desarrollo o los flujos migratorios, los países del norte ya no pueden tomar sus decisiones en solitario.

En el plano geopolítico, la defensa de la libertad pasa por el refuerzo de las libertades individuales y del Estado de Derecho en las democracias. A continuación, por la reactivación de la unidad política y las alianzas estratégicas de las naciones libres. Finalmente, por la multiplicación de las iniciativas diplomáticas, de las organizaciones regionales, y de los mecanismos de concertación que permiten frenar los arrebatos de violencia o las crisis. En el plano económico, en cuanto pase la urgencia ligada a la protección del sistema bancario y la reactivación del crédito, se planteará la cuestión del nuevo rostro del capitalismo. Este capitalismo, más estable y menos predispuesto al riesgo, más dirigido por el poder político y menos entregado a la autorregulación, más orientado hacia la producción que sostenido por las transacciones con activos, más equilibrado entre el sur y el norte, exigirá un poder político legítimo y eficaz que aún está por inventar. Sin embargo, la amenaza del hundimiento del sistema bancario y las fuertes intervenciones públicas requeridas para encauzar el hundimiento del crédito no justifican el retorno a la economía dirigida ni la recuperación de las barreras proteccionistas.

La Humanidad entra en la era de una Historia universal. No tiene que ser forzosamente pacífica y próspera, feliz y tranquila. Se puede decir cualquier cosa del destino del siglo XXI, pero no que está estipulado. Dependerá en gran medida de la voluntad, la lucidez y la sabiduría de las naciones y de los pueblos libres. Depende de ellos el entregarse a un examen de conciencia indispensable acerca de los errores que presidieron la gestión de la posguerra fría y posteriormente de las crisis de 2001 y 2007. Depende de ellos conjurar las pasiones colectivas regresivas, que toman la forma de nacionalismo, proteccionismo o xenofobia. Depende de ellos imaginar y promover las nuevas formas políticas de una sociedad abierta.
Depende de ellos mantener las promesas de la globalización y convertirla en una nueva revolución de la libertad.

NICOLAS BAVEREZ
Historiador y economista

domingo, 19 de octubre de 2008

MOTINES DEL HAMBRE




Motines del hambre



Por IGNACIO RAMONET

Le Monde Diplomatique

Ya son más de treinta y siete los países en los que la inseguridad alimentaria ha provocado protestas. Las primeras tuvieron lugar en México el año pasado por el aumento exagerado del precio del maíz. También en Myanmar (antigua Birmania) la insurrección de los monjes, en septiembre de 2007, comenzó por manifestaciones de descontento contra la carestía de los alimentos. Y en las últimas semanas hemos asistido a tumultos en diversas ciudades de Egipto, Marruecos, Haití, Filipinas, Indonesia, Pakistán, Bangladés, Malasia y sobre todo de África Occidental (Senegal, Costa de Marfil, Camerún y Burkina Faso) (ver "Crisis cerealera", págs. 16 a 18).



Son rebeliones de los más pobres y limitadas al ámbito urbano. El campesinado, por el momento, no se ha amotinado, y las clases medias no se han sumado al alboroto. Pero lo harán si los precios de la comida siguen aumentando. Y éstos subirán pues lo paradójico de la situación es que nunca la producción agrícola había sido tan abundante. O sea que la carestía actual no se debe a la penuria, sino a otros factores. Habrá pues nuevos amotinamientos por hambre y durante un largo periodo. Que se traducirán por nuevas oleadas de emigración. Pues la comida representa hasta el 75% de los ingresos de las familias de países pobres, contra un 15% en los países ricos.

Para prevenir las próximas algaradas, algunos Gobiernos ya han multiplicado las medidas: Kazajistán ha suspendido todas sus exportaciones de trigo, Indonesia ha decidido limitar las de arroz, Filipinas ha declarado la guerra a los especuladores, y Argentina, Vietnam y Rusia han restringido sus ventas de trigo, arroz y soja al extranjero.

Pero los precios siguen en alza. Desde marzo de 2007, el valor de los productos lácteos ha subido un 80%, el de la soja un 87%, y el del trigo, un 130%. El Banco Mundial, que no está exento de responsabilidad (léase, p. 32, el artículo de Serge Halimi), afirma que estos aumentos han empujado al abismo de la miseria a más de cien millones de habitantes de los países pobres. Y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola estima que por cada aumento de 1% del coste de los alimentos de base, 16 millones de personas se ven sumergidas en la inseguridad alimentaria. Lo cual significa que 1.200 millones de seres humanos podrían padecer hambre crónica de aquí a 2025.

¿Por qué aumentan los precios de la comida? Esencialmente, por cuatro razones. Primero porque la elevación del nivel de vida de países como China, la India y Brasil ha modificado los hábitos alimentarios. Se consume más carne, luego hay que criar más ganado. El cual consume una parte importante de las cosechas de cereales. Las nuevas clases medias comen más veces a la semana carne de pollo y de cerdo, y estos animales se nutren a base de soja y de maíz. Como la población mundial va a seguir creciendo y el poder adquisitivo de muchas personas va a continuar elevándose, se producirá un cambio estructural. El ecologista Lester Brown lo anuncia: "Cuando los chinos consuman tanta carne como los estadounidenses, absorberán el 50% de los cereales del mundo" (1).

Segundo, porque una parte de la producción alimentaria (caña de azúcar, girasol, colza, trigo, remolacha) se destina ahora a la producción de agrocarburantes. Las tierras y los cultivos que se dedican a esa actividad ya no dan alimentos para los seres humanos. Y esto también se va a agravar. La Unión Europea ha decidido que un 10% del total de hidrocarburos consumidos de aquí a 2020 deben ser agrocarburantes. Y el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, pide que sea un 15%, de aquí a 2017. A tal punto que países con déficit alimentario como Senegal o Indonesia han resuelto producir agrocarburantes en vez de vegetales comestibles. Responsable en parte de esta situación, el Fondo Monetario Internacional afirma que entre un 20% y un 50% de las cosechas mundiales de maíz y de colza ya están siendo desviadas para elaborar carburantes.

Tercero, porque el estallido de los precios del petróleo -por encima de 115 dólares el barril- encarece el coste de los transportes, en particular el del traslado de los artículos del agro y por consiguiente el valor de los alimentos.

Cuarto, por efecto de la especulación financiera. Huyendo de la crisis de los subprime , los fondos de inversiones apuestan en este momento por los productos alimentarios: soja, trigo, arroz, maíz. Son valores refugio. Los fondos compran y almacenan apostando por el alza. Como los acaparadores de siempre, los nuevos especuladores no dudan en enriquecerse con las hambrunas que ellos mismos contribuyen a crear. Se estima que la especulacion está causando un 10% de las subidas de los alimentos.

Los países ricos se comprometieron hace tiempo a consagrar el 0,7% de su Producto Interior Bruto al apoyo de los países pobres. Muy pocos han cumplido esa promesa. En su conjunto, el año pasado la ayuda disminuyó un 8,4%. ¡Y la asistencia a la agricultura de los Estados del Sur bajó, en los últimos veinte años, un 50%! ¿Cómo extrañarse de la proliferación de los motines? ¿A qué se espera para crear, por fin, un gran Fondo Mundial contra el Hambre?



Notas:
(1) Capital , París, marzo 2006.

CRISIS: 1929




Crisis (2): 1929, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

La crisis financiera global ha sembrado el pánico sobre el estado de la economía global. Muchos analistas comparan la situación con la gran depresión de 1929. Se nos recuerdan episodios de inversores lanzándose por las ventanas en Wall Street y colas de norteamericanos hambrientos mendigando por las calles de Nueva York. Incluso mi colega de Columbia, Joe Stiglitz, ha dicho que la caída de Wall Street es al capitalismo lo que la caída del muro de Berlín fue al comunismo. Las palabras de Stiglitz son una gran contribución intelectual al debate, porque demuestran de una vez por todas que la obtención del premio Nobel no vacuna al galardonado contra la capacidad de decir tonterías.

A ver, seamos serios: ni esta crisis financiera representa el final del capitalismo ni estamos ante una nueva gran depresión. La situación actual se parece a la del 29 en dos aspectos esenciales. El primero es que las bolsas han caído. Sí. ¿Y qué? Mucha gente ha perdido dinero y eso es triste. Pero de ahí a que se avecine una gran depresión media un abismo. Estadísticamente, los movimientos a corto plazo de las bolsas no reflejan el estado real de la economía, especialmente durante episodios como los actuales, en que los inversores de bolsa han entrado en un estado de histeria que les impide ver las cosas con claridad.

Dicho esto, existen seis grandes diferencias entre la crisis de 1929 y la actual. Primera: en 1929 los depósitos bancarios no estaban asegurados.

Cuando empezó la crisis, todas las familias corrieron a buscar sus ahorros a sus bancos. Estos, lógicamente, no tenían el dinero porque lo habían prestado (ese es, precisamente, su negocio), por lo que devolvieron lo que pudieron y cuando se quedaron sin recursos cerraron las puertas. Millones de americanos perdieron sus ahorros. Nada de eso va a ocurrir en el 2008 porque los depósitos están asegurados, precisamente, gracias a la lección de 1929.

Segunda: en 1929 el sistema monetario se basaba en el patrón oro, que impedía que la Reserva Federal (FED) aumentara la liquidez del sistema si no aumentaban previamente sus reservas de ese metal. Como el oro en manos de la Fed no aumentó, esta no pudo imprimir el dinero que desaparecía por culpa de las quiebras bancarias. En el 2008, los bancos centrales de todo el mundo están imprimiendo dinero para dotar al sistema financiero de liquidez.

Tercera: en 1929 había deflación y los precios y salarios bajaban continuamente. Eso hizo que las deudas familiares fueran inasumibles: si uno tiene una deuda de 100 y un salario de 300, uno puede pagar.

Pero si el salario baja a 100 y la deuda sigue siendo la misma, uno acaba por no poder pagar. Eso agravó los problemas financieros de los bancos. En el 2008 no sólo no hay deflación sino que hay inflación.

Cuarta: la renta per cápita de EE. UU. en 1929 era de unos 6.000 dólares (en precios actuales). Hoy supera los 36.000 dólares. Una caída de la renta de un 25% cuando ganas 6.000 plantea problemas serios de hambrunas. La misma caída cuando ganas 36.000 es un problema, pero no genera desastres humanitarios.

Quinta: la reacción de Estados Unidos ante la crisis del 1929 fue la de culpar a los extranjeros y promover las compras de productos americanos poniendo aranceles a las importaciones (la tristemente célebre Smooth-Hawley tariff). Naturalmente, la reacción de los extranjeros fue poner aranceles a los productos americanos, lo que desencadenó una guerra comercial que perjudicó a todos. En la actualidad, a pesar de que queda algún globófobo trasnochado (y peludo), no existen economistas documentados que propongan el proteccionismo como la salida a la crisis.

Y sexta, y más importante: existe un dato en el que casi nadie se fija pero que es clave: la tasa de retorno de las inversiones del sector no financiero. En el año 1929, esa tasa era de 0,5%. Es decir, en 1929, si uno invertía un dólar fuera del sector bancario, uno obtenía un retorno casi nulo. En el 2008, el retorno de la inversión en sectores no financieros es del… ¡10%! Para que se hagan una idea, la tasa de retorno media de los últimos 50 años ha sido del 7%. Este dato es muy, pero que muy importante, porque si bien el crecimiento económico de un país no viene precedido de aumentos de la bolsa, sí viene precedido de… ¡elevadas tasas de retorno en el sector no financiero! Para entendernos: mientras Wall Street ha hecho sus locuras financieras, Silicon Valley ha seguido innovando y eso, a la larga, es lo que determina el crecimiento de la economía. Eso quiere decir que, cuando los financieros recuperen la cordura, el capitalismo no sólo no desaparecerá sino que la economía americana saldrá disparada hacia una nueva senda de crecimiento.

¡Ah! Casi me olvidaba. Les decía que había dos factores que hacían que la crisis del 1929 y la actual fueran parecidas. Una ya se la he comentado: las bolsas se desplomaron. La segunda: los gobiernos no se enteran de nada. Uno se queda atónito cuando el Gobierno aprueba un plan de 700.000 millones para comprar los activos tóxicos de los bancos y una semana después decide que el dinero se utilizará para comprar acciones. Y uno se queda todavía más petrificado cuando ve que la explicación que dan de este cambio es que… ¡la bolsa ha reaccionado negativamente! Que los periodistas confundan la bolsa con la economía tiene un pase. Pero que el Gobierno utilice la bolsa para decidir su política económica es una locura que demuestra que anda totalmente perdido. Tan perdido como el de 1929.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, Fundació Umbele y UPF.

CRISIS FINANCIERA: QUÉ HA PASADO


Crisis Financiera (1): qué ha pasado

La tormenta perfecta sigue su curso inexorable y todos nos preguntamos cuál es la solución. Antes de hablar de remedios, es importante saber qué ha pasado porque, sin un diagnóstico correcto, no hay soluciones acertadas.

Todo empezó en 2001, cuando Alan Greenspan quiso evitar el colapso de la bolsa tras el fiasco de las punto.com reduciendo los tipos de interés desde 6,5% al 2,5% en menos de un año. Con esos tipos tan bajos, los bancos, que viven de prestar dinero a cambio de un interés, buscaron rentabilidad en familias con pocos ingresos y con una alta probabilidad de no poder devolver la hipoteca, familias llamadas “subprime”. Al tener un riesgo superior, esas familias pagaban un interés más alto, aunque los bancos pensaron que el peligro quedaba mitigado por el hecho de que el precio de sus viviendas estaba subiendo: si algún día tienen problemas, pensaron, las familias podrán vender la casa a un precio superior al de la hipoteca, cosa que les permitirá devolver el dinero.

Pero los márgenes que podían cobrar eran tan pequeños que, para obtener rentabilidad, tenían que multiplicar el volumen. El problema es que el número de hipotecas que podían dar estaba limitado por la regulación de Basilea que impide que los créditos concedidos por un banco sobrepasen una determinada proporción de su capital. Curiosamente, lo que sí permite esa regulación es que los bancos creen unos fondos de inversión paralelos (llamados “conduits”) que compren sus créditos. Y así lo hicieron: los “conduits” pedían prestado, compraban las hipotecas a los bancos y éstos recuperaban el dinero. Al haber desaparecido el crédito de sus balances (y al permitir la regulación de Basilea que la contabilidad del banco y la “conduit” se hiciera separadamente), los bancos podían volver a prestar el mismo dinero una y otra vez, ampliando de esta manera el negocio.

Los “conduits”, a su vez, cogían las hipotecas, las reempaquetaban (en lenguaje sofisticado, “titularizaban”) de maneras tan complejas que conseguían ratings de AAA que indicaban un riesgo mínimo y las vendían a bancos de inversión. Para facilitar la operación, incluso obtenían seguros con nombres pomposos como “credit default swaps”. Los bancos de inversión, a su vez, utilizaban esos activos como garantía para pedir créditos adicionales y apalancar más operaciones financieras, creando así una enorme bola de nieve de activos que, por muy sofisticados que fueran, tenían como garantía última las hipotecas de las familias subprime.

Y todo iba eso muy bien mientras el precio de la vivienda subía. Pero llegó un día en que dejó de subir. Las familias que habían pedido prestados 100.000 dólares vieron que su casa sólo valía 60.000 y tuvieron que tomar una decisión: devolver una casa de 60.000 o devolver una hipoteca de 100.000. No hay que ser muy listo para ver que, si la regulación permite escoger, muchos devolverán la casa y no pagarán la hipoteca. Y resulta que la regulación permitía escoger y, por lo tanto, decidieron no pagar: la morosidad se disparó y todos los activos garantizados por esas hipotecas empezaron a perder su valor y a ser catalogados de ‘tóxicos’. El problema es que habían sido re-titularizados tantas veces que nadie sabía ni cuántos activos tóxicos había ni quién los tenía. Eso creó una desconfianza entre bancos que hizo que dejaran de prestarse dinero unos a otros. Los tipos de interés interbancarios (como el Euríbor) se dispararon y, con ellos, los pagos mensuales de millones de familias que dejaron de poder pagar sus hipotecas. La morosidad aumentó, no ya entre las familias subprimes sino entre todas las familias del mundo. Las aseguradoras tuvieron que desembolsar lo asegurado… pero no tenían dinero suficiente por lo que fueron las primeras en quebrar. Sus nombres: Bear Sterns, Freddie Mac, Fannie Mae y AIG. ¿Les suenan?

Y aquí volvió a aparecer la regulación de Basilea: los bancos de inversión como Merril Lynch o Lehman Brothers habían utilizado esos bonos que ahora eran tóxicos como garantía financiera y la regulación decía que, cuando el valor de esas garantías bajara, los bancos estaban obligados a deshacerse de otros activos y utilizar el dinero para reponer la garantía perdida. El problema es que eso pasaba justo en el momento en el que nadie quería comprar esos activos a precios razonables. Pero como estaban obligados a vender, vendieron. Eso sí… ¡a precio de saldo! Eso aumentó sus pérdidas, cosa que redujo la cotización de sus activos, cosa que les obligó a vender más, cosa que les aumentó sus pérdidas,… y así sucesivamente en una espiral negativa de pérdidas y caídas de cotización que les llevó a la quiebra. El pánico financiero estaba servido.

Lo que nos lleva al momento actual: la desconfianza, el pánico y la descapitalización de los bancos están haciendo que, no sólo dejen de prestar a otros bancos sino que dejen de prestar a empresas no financieras de todo el mundo. Inversiones en el sector hospitalario en Alemania o el de la alimentación en Colombia no se llevan a cabo por falta de financiación. La actividad económica cae, los puestos de trabajo desaparecen y lo que empezó como un problema hipotecario en Estados Unidos se está contagiando a la economía real del mundo entero. La ciudadanía pide a sus gobiernos que actúen. Las erráticas políticas públicas que proponen, sin embargo, demuestran que no saben qué hacen, lo cual genera más desconfianza y agrava la situación. De eso hablaremos en un próximo artículo. De momento, esto es lo que ha pasado.



La Vanguardia, X-10-2008



Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

lunes, 6 de octubre de 2008

LA CRISIS DEL SIGLO


La crisis del siglo, de Ignacio Ramonet en Le Monde diplomatique (Octubre 2008. Número 156)


Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado “septiembre negro” han precipitado el fin de una era del capitalismo. La arquitectura financiera internacional se ha tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece. Nada volverá a ser como antes. Regresa el Estado.

El desplome de Wall Street es comparable, en la esfera financiera, a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un giro copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de Economía: “Esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo”. Se termina el periodo abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: “El Estado no es la solución, es el problema”. Durante treinta años, los fundamentalistas del mercado repitieron que éste siempre tenía razón, que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaron.

La “edad de oro” de Wall Street se ha acabado. Y también una etapa de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión, “amos del universo” denunciados por Tom Wolfe en La Hoguera de las vanidades (1987). Poseídos por una lógica de rentabilidad a corto plazo. Por la búsqueda de beneficios exorbitantes. Dispuestos a todo para sacar ganancias: ventas a corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos opacos, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del provecho fácil se contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron, alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de los precios.

La globalización condujo la economía mundial a tomar la forma de una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera llegó a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza real mundial. Y de golpe, esa gigantesca “burbuja” ha reventado.

El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200.000 millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Las cinco mayores entidades se han desmoronado: Lehman Brothers en bancarrota; Bear Stearns comprado, con la ayuda de la Reserva Federal (Fed), por Morgan Chase; Merril Lynch adquirido por Bank of America; y los dos últimos, Goldman Sachs y Morgan Stanley (en parte comprado por el japonés Mitsubishi UFJ), reconvertidos en simples bancos comerciales.

Toda la cadena de funcionamiento del aparato financiero se ha colapsado. No sólo la banca de inversión, sino los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos (Standard&Poors, Moody’s, Fitch) y hasta las auditoras contables (Deloitte, Ernst&Young, PwC).

El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las “hipotecas basura” (subprime) era sabido de todos. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto ha sido denunciado -en estas columnas- desde hace tiempo. Sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que la empresa privada y el mercado lo arreglaban todo.

La Administración del Presidente George W. Bush ha tenido que renegar de ese principio y recurrir, masivamente, a la intervención del Estado. Las principales entidades de crédito inmobiliario, Fannie Mae y Freddie Mac, han sido nacionalizadas. También lo ha sido el American International Group (AIG), la mayor compañía de seguros del mundo. Y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson (ex presidente de la banca Goldman Sachs…) ha propuesto un plan de rescate de las acciones “tóxicas” procedentes de las “hipotecas basura” por un valor de unos 500.000 millones de euros, que también adelantará el Estado, o sea los contribuyentes.

Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado -las mayores, en volumen, de la historia económica- demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Además, se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, con empobrecerlos aún más.

Las autoridades norteamericanas acuden al rescate de los banksters (”banquero gangster”) a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía una cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un coste de 4.000 millones de euros. Lo consideró un gasto inútil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Socialismo para los ricos, y capitalismo salvaje para los pobres.

Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas. Las cuales no tienen “plan B” para sacar provecho del descalabro. En particular las de Europa, agarrotadas por el choque de la crisis. Cuando sería tiempo de refundación y de audacia.

¿Cuánto durará la crisis? “Veinte años si tenemos suerte, o menos de diez si las autoridades actúan con mano firme”, vaticina el editorialista neoliberal Martin Wolf (1). Si existiese una lógica política, este contexto debería favorecer la elección del demócrata Barack Obama (si no es asesinado) a la presidencia de Estados Unidos el 4 de noviembre próximo. Es probable que, como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven Presidente lance un nuevo “New Deal” basado en un neokeynesianismo que confirmará el retorno del Estado en la esfera económica. Y aportará por fin mayor justicia social a los ciudadanos. Se irá hacia un nuevo Bretton Woods. La etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal habrá terminado.

Notas:

(1) Financial Times , Londres, 23 de septiembre de 2008.

LAS TRES CRISIS


12-07-2008

Rebelión

Las tres crisis


Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique




No había ocurrido jamás. Por vez primera en la historia económica moderna, tres crisis de gran amplitud -financiera, energética, alimentaria- están coincidiendo, confluyendo y combinándose. Cada una de ellas interactúa sobre las demás. Agravando así, de modo exponencial, el deterioro de la economía real. Por mucho que las autoridades se esfuercen en minimizar la gravedad del momento, lo cierto es que nos hallamos ante un seísmo económico de inédita magnitud. Cuyos efectos sociales apenas empiezan a hacerse sentir y que detonarán con toda brutalidad en los meses venideros. Lo peor nunca es seguro y la numerología no es una ciencia exacta, pero el año 2009 bien podría parecerse a aquel nefasto 1929...

Como era de temer, la crisis financiera sigue agudizándose. A los descalabros de prestigiosos bancos estadounidenses, como Bear Stearns, Merrill Lynch y el gigante Citigroup, se ha sumado el desastre reciente de Lehman Brothers, cuarta banca de negocios que ha anunciado, el pasado 9 de junio, una pérdida de 1.700 millones de euros. Por ser su primer déficit desde su salida en Bolsa en 1994, esto ha causado el efecto de un terremoto en una América financiera ya violentamente traumatizada.

Cada día se difunden noticias sobre nuevos quebrantos en los bancos. Hasta ahora, las entidades más afectadas han reconocido pérdidas de casi 250.000 millones de euros. Y el Fondo Monetario Internacional estima que, para salir del desastre, el sistema necesitará unos 610.000 millones de euros (o sea, el equivalente de ¡dos veces el presupuesto de Francia!).

La crisis comenzó en Estados Unidos, en agosto de 2007, con la morosidad de las hipotecas de mala calidad (subprime) y se ha extendido por todo el mundo. Su capacidad de transformarse y de extenderse mediante la proliferación de complejos mecanismos financieros hace que esta crisis se asemeje a una epidemia fulminante imposible de atajar.

Las entidades bancarias ya no se prestan dinero. Todas desconfían de la salud financiera de sus rivales. A pesar de las inyecciones masivas de liquidez efectuadas por los grandes bancos centrales, nunca se había visto una sequía tan severa de dinero en los mercados. Y lo que más temen algunos ahora es una crisis sistémica, o sea que el conjunto del sistema económico mundial se colapse.

De la esfera financiera la crisis se ha trasladado al conjunto de la actividad económica. De golpe, las economías de los países desarrollados se han enfriado. Europa (y en particular España) se halla en franca desaceleración, y Estados Unidos se encuentra al borde de la recesión.

Donde más se está notando la dureza de este ajuste es en el sector inmobiliario. Durante el primer trimestre de 2008, el número de ventas de viviendas en España cayó el ¡29%! Cerca de dos millones de pisos y de chalets no encuentran comprador. El precio del suelo sigue desmoronándose. Y el alza de los intereses hipotecarios y los temores de recesión hunden el sector en una espiral infernal. Con feroces efectos en todos los frentes de la enorme industria de la construcción. Todas las empresas de estas ramas se ubican ahora en el ojo del huracán. Y asisten impotentes a la destrucción de decenas de miles de empleos.

De la crisis financiera hemos pasado a la crisis social. Y vuelven a surgir políticas autoritarias. El Parlamento Europeo ha aprobado, el pasado 18 de junio, la infame "directiva retorno". Y las autoridades españolas ya han proclamado su voluntad de favorecer la salida de España de un millón de trabajadores extranjeros...

En medio de esta situación de espanto se produce el tercer choque petrolero. Con un precio del barril en torno a los 140 dólares. Un aumento irracional (hace diez años, en 1998, el barril costaba menos de 10 dólares...) debido no sólo a una demanda disparatada sino, sobre todo, a la acción de muchos especuladores que apuestan por el alza continua de un carburante en vías de extinción. Los inversores huyen de la burbuja inmobiliaria y desplazan masas colosales de dinero porque apuestan ahora por un petróleo a 200 dólares el barril. Se está así produciendo una financiarización del petróleo.

Con las consecuencias que vemos: formidable subida de los precios en las gasolineras, y estallidos de ira por parte de pescadores, camioneros, agricultores, taxistas y todos los profesionales más afectados. En muchos países, mediante manifestaciones y enfrentamientos, estas profesiones reclaman a sus Gobiernos ayudas, subvenciones o reducciones de la fiscalidad.

Por si todo este contexto no fuese lo bastante sombrío, la crisis alimentaria se ha agravado repentinamente y ha venido a recordarnos que el espectro del hambre sigue amenazando a casi mil millones de personas. En unos cuarenta países, la carestía actual de los alimentos ha provocado levantamientos y revueltas populares. La Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) del pasado 5 de junio en Roma sobre la seguridad alimentaria fue incapaz de alcanzar un acuerdo para relanzar la producción alimentaria mundial. También aquí, los especuladores en fuga del desastre financiero tienen una parte de responsabilidad porque apuestan por un precio elevado de las futuras cosechas. De modo que hasta la agricultura se está financiarizando.

Éste es el saldo deplorable que deja un cuarto de siglo de neoliberalismo: tres venenosas crisis entrelazadas. Va siendo hora de que los ciudadanos digan: "¡Basta!".

LA ESPECULACIÓN SOBRE LAS MATERIAS PRIMAS




La especulación sobre las materias primas, de Guillermo de la Dehesa en Negocios de El País
Publicado en Economía by reggio en Septiembre 14th, 2008



Siempre que surge un problema de fuertes alzas de precios de las materias primas, ante las que los gobiernos pueden hacer poco para paliar sus efectos negativos sobre sus consumidores, que protestan con razón ya que tienen el mismo efecto que el de un impuesto, al reducir su renta disponible y su capacidad de consumo, se suele echar la culpa a los especuladores financieros en los mercados de futuros de dichas materias primas.

Sin embargo, resulta difícil encontrar alguna evidencia que pruebe dicha creencia ya que sus causas reales derivan de los problemas de adaptación de la oferta física de la materia prima ante una fuerte alza de su demanda física en el caso de los alimentos y los metales y, en el caso del petróleo, de la existencia añadida de un cartel de oferta (OPEP) que la restringe. Felizmente, estas alzas suelen ser temporales ya que incentivan el aumento de su oferta por parte de sus productores y, al mismo tiempo, debilitan su demanda por sus efectos negativos sobre la renta disponible de sus consumidores, con lo que al cabo de cierto tiempo sus precios vuelven a caer, como está ya empezando a ocurrir.

No es fácil distinguir un inversor tradicional de un especulador financiero. En teoría, el primero tiende a invertir en un activo financiero, ya sea un bono o una acción, con una rentabilidad mínima y recurrente (cupón o dividendo) y con la posibilidad añadida de que dicho activo se aprecie, mientras que el segundo suele apostar por la revalorización del activo (o por su desvalorización) y no por la obtención de una remuneración regular por su inversión.

Pero esta definición considera especuladores a los compradores (consumidores) y vendedores (productores) de las materias primas físicas que toman posiciones en los mercados de futuros financieros para asegurarse contra la volatilidad de sus precios, sin tener que tomar posiciones en el mercado físico al contado que tienen costes más elevados. Ahora bien, también existen especuladores puros en dichos mercados de futuros financieros, que con sus apuestas contrarias sobre los precios futuros cumplen la misión de dar contrapartida a dichas órdenes de los anteriores.

De haber acusado a aquellos que especulan sobre la materia prima física, que la acaparan cuando prevén que su precio va a subir para venderla más cara más tarde, comprándola en su mercado físico al contado, vendiéndola en contratos financieros a futuro y almacenándola hasta su fecha de vencimiento, la probabilidad de su prueba sería mayor, aunque hay que tener en cuenta que acaparar sale muy caro y la diferencia esperada entre el precio futuro y el precio al contado tiene que ser muy elevada para compensar su coste. Sin embargo, el tamaño de las existencias de materias primas, que podría demostrar dicho acaparamiento, no sólo no ha ido aumentando con sus precios durante estos años, sino que, en la mayor parte de las materias primas, los precios futuros han tendido a ser ligeramente más bajos que los precios al contado, desincentivándolo.

En estos mercados de futuros intervienen tres participantes: los hedgers o productores y consumidores físicos que quieren asegurarse contra la volatilidad de los precios de las materias primas a costa de ceder una parte de su beneficio, los speculators o especuladores que son individuos o instituciones financieras cuya expectativa sobre el precio futuro de dichas materias primas es diferente y toman el riesgo de cubrir a los anteriores porque están seguros de acertar y, finalmente, los brokers o corredores que intermedian entre ambos y ejecutan sus órdenes.

Lo que ha generado la sospecha especulativa reciente ha sido que inversores financieros institucionales como fondos de pensiones y otros, mayoritariamente americanos, han tomado elevadas posiciones largas y pasivas sobre los índices de precios futuros del petróleo, los metales y los alimentos bien para asegurarse contra los efectos negativos que su creciente inflación puede tener sobre sus activos financieros o para evitar una depreciación de sus activos financieros denominados en dólares.

Es decir, muchos inversores, con grandes existencias de activos financieros en dólares, muy expuestos a la esperada caída del dólar y a la inflación, se han dado cuenta de la existencia de una elevada correlación (de alrededor de 0,9) entre la depreciación del dólar y el aumento del precio de las materias primas y han tomado posiciones compradoras de contratos de futuros sobre los índices de materias primas para protegerse de su depreciación y de la inflación que conlleva, vendiéndolos a su vencimiento y renovándolos por otro nuevo periodo, normalmente de tres meses.

El petróleo ha sido el más utilizado: desde 2004, las transacciones en su mercado de futuros financieros han triplicado su valor al mismo tiempo que también se ha triplicado su precio en el mercado al contado o spot. Esta evolución pareja ha desencadenado la creencia de que existe una estrecha correlación entre ambas tendencias, olvidando que su verdadero origen es una demanda creciente y sostenida de petróleo físico por parte de los países emergentes ante a una oferta muy rígida y que reacciona con gran lentitud, por las enormes inversiones de lenta maduración que necesita para satisfacerla.

Sin embargo, los inversores que realizan transacciones sobre los índices de precios futuros de las materias primas no compran o venden petróleo físico, que es el que determina su precio al contado diario, sino contratos en el mercado de futuros financieros. Dichos contratos no son opciones, sino obligaciones de comprar o vender la materia prima al precio al contado que resulte el día que vencen. Es decir, de entregar el barril físico de petróleo, la tonelada de metal o el bushel o fanega de cereal el día de término del contrato y de pagarlo al precio al contado de dicho día.

Esta obligación hace que los precios diarios de dichos contratos financieros vayan convergiendo con los del mercado al contado hasta coincidir ambos el día de su vencimiento ya que, de no ser así, cualquiera podría ganar mucho dinero sin riesgo arbitrando entre ambos, es decir, comprando en el primero y vendiendo en el segundo. A pesar de ello, dichos contratos suelen ser liquidados en efectivo el día que vencen a su precio spot.

Asimismo, estos mercados, cumplen la función de dar información diaria a los productores y consumidores de las materias primas físicas sobre sus precios futuros, lo que les ayuda a tomar sus decisiones de producción o de consumo. En el petróleo, por ejemplo, el precio futuro del barril físico a tres meses debería coincidir con el precio al contado de hoy más el coste de almacenarlo durante tres meses, más la pérdida incurrida por el coste de financiarlo, que equivale a la rentabilidad de haberlo invertido al tipo de interés corriente durante ese periodo, de ahí la importancia de su cotización futura.

Lo mismo ocurre con los precios de los cereales, que son la base de muchos otros alimentos como la carne, la leche, los huevos, etcétera, y de los aceites. Por un lado, su demanda por los países emergentes es creciente y se mantiene, a pesar de sus alzas de precios, por estar muy subvencionados. Por otro lado, su oferta se ha reducido por las siguientes razones: el fuerte aumento del precio del petróleo ha incrementado el precio de los fertilizantes que son fundamentales para aumentar su productividad por hectárea y ha aumentado también el coste de su transporte. Además, ha incentivado la producción de biocarburantes, ya muy subvencionados por los países desarrollados.

Como consecuencia de estas nuevas producciones bioenergéticas, una parte de las cosechas y del territorio dedicados a la alimentación se dedican ahora a los biocarburantes. Por ejemplo, está previsto que en 2008 un 30% de la producción de EE UU de maíz se destine a producir etanol. Además, los grandes países productores de alimentos están imponiendo impuestos a sus exportaciones o incluso prohibiéndolas para reducir su inflación interna. Es decir, una parte de sus problemas de oferta derivan de medidas tomadas por los mismos gobiernos.

En resumen, no existe evidencia para achacar las recientes alzas de precios a aquellos productores y consumidores de materias primas o inversores institucionales que intentan anticipar correctamente sus alzas de precios y asegurarse contra ellas en los mercados de sus futuros financieros, en los que, gracias en parte a los especuladores, encuentran las contrapartidas necesarias para conseguirlo.

Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research.

RUSIA, GEORGIA Y TODOS LOS DEMÁS

Rusia, Georgia y todos los demás
Hace unos días recibí de Andrés Martínez Lorca (www.andresmlorca.com) el enlace con un artículo del corresponsal en Pekín del diario La Vanguardia. Como me dice Andrés, algunos quieren que de mayores nos sigamos chupando el dedo, como hacían algunos cuando eran pequeños. Por eso es interesente leerlo y lo transcribo a continuación.

Página personal de Juan Torres (Ganas de escribir)

El olímpico traspié de Saakashvili
La Vanguardia

Rafael Poch. Corresponsal. Pekín


Con el Presidente ruso en un crucero por el Volga, la atención mundial concentrada en los juegos de Pekín y Vladimir Putin asistiendo a su inauguración, el cálculo de Washington fue que el presidente georgiano podía resolver el asunto de Osetia del Sur en 24 horas y hacerlo irreversible

La diplomacia rusa está "convencida" de que el ataque del ejército georgiano contra Osetia del Sur contaba con la bendición del Presidente Bush, señalan fuentes rusas en Pekín. En julio, Estados Unidos, Georgia y Ucrania, habían realizado maniobras militares terrestres en territorio georgiano. Hacía tres años que Georgia estaba modernizando su ejército de la mano de Estados Unidos, que tiene en Georgia un total de 129 "consejeros militares". Georgia mantiene un "enorme incremento" de su gasto militar, se ha gastado "más de mil millones de dólares" en defensa, comprando armas a; Ucrania, Turquía, Israel y Estados Unidos, incluidos misiles tierra/aire "Stinger" de fabricación estadounidense.

"Sabíamos que Georgia se preparaba desde hacía tiempo para acciones militares, pero lo del día 8 fue totalmente inesperado", señalan fuentes rusas. "Fue una operación con el consenso de Estados Unidos, y así lo estamos dando a entender", dicen. "Saakashvili prometió a Bush una rápida y corta operación militar exitosa". La superioridad de las tropas georgianas era de doce a uno, pero, aunque bien equipadas, carecían de experiencia, y los osetinos presentaron una resistencia "fuerte".

El ataque comenzó a las 23,53 de la noche del jueves 7, con disparos de sistemas "grad" de artillería en salvas y aviación. Diez pueblos de los alrededores de la capital Tsinjvali de población osetina fueron "arrasados", y la capital, Tsjinvali, muy destruida por el ataque. El balance, según Moscú, es de 2000 muertos y más de 30.000 refugiados.

El batallón de paz de la ONU allá destacado, estaba compuesto por unos 300 hombres; rusos, osetinos y georgianos. Los integrantes georgianos dispararon contra sus compañeros, con el resultado de 12 soldados muertos. A las tres de la tarde del viernes 8, Tsjinvali estaba tomada por el ejército georgiano, pero los restos del batallón y otros efectivos lograron hacerse fuertes y mantuvieron el control del vital túnel que comunica el territorio con Rusia. Una hora después, a las cuatro de la tarde, el 58 ejército ruso inició su marcha hacia Osetia del Sur desde Vladikavkaz, formalmente respondiendo a la petición de ayuda a Rusia lanzada poco antes por el presidente sudosetino, Kokotsty. Sobre las ocho de la tarde del día 8, el ejército ruso entró en Osetia del Sur.

"Si Georgia hubiera ocupado Osetia del Sur en 24 horas, habrían proclamado el restablecimiento del orden constitucional en Osetia del Sur, y Washingtron lo habría sancionado", pero los planes no salieron. Su ingrediente fundamental era la sorpresa y la lentitud de una respuesta rusa: el Presidente ruso, Dmitri Medvedev, se encontraba de vacaciones en un crucero por el Volga, y el primer ministro, Vladimir Putin -de hecho todavía el verdadero "número uno" en Rusia- llegaba a Pekín seis horas antes de que comenzara el ataque georgiano. "El cálculo fue que no habría una decisión rápida de respuesta", señalan las fuentes. Pero la hubo.

El Presidente georgiano, Mijail Saakashvili, había anulado muy pocos días antes, su prevista visita a Pekín para asistir a la inauguración de los juegos. Su mujer, nacida en Holanda, se encuentra aquí y el lunes dio una conferencia de prensa.

En Pekín, Putin mantuvo dos conversaciones separadas sobre la crisis de Osetia, una con el Presidente francés, Nicolás Sarkozy, y otra con George Bush. En la primera, Sarkozy le dijo a Putin, "Saakashvili está loco". En la segunda, Putin le dijo a George Bush que Rusia adoptaría "medidas militares" en respuesta al ataque georgiano contra la república rebelde de Osetia del Sur, cuya población no quiere formar parte de Georgia sino incorporarse a la Federación Rusa, al igual que Abjazia, otra autonomía georgiana formalmente independiente desde 1989. Respecto a los chinos no quieren líos durante los juegos, pero tienen claro que algo así habría sido imposible sin una previa bendición de Bush y, en privado, se solidarizan con Rusia.

Moscú ha aprovechado la mal calculada operación de Saakashvili para neutralizar todo el aparato militar georgiano necesario para librar la guerra en Osetia. Ese es el motivo de los bombardeos contra el puerto georgiano de Poti, en el Mar Negro, donde se han destruido radares y almacenes vitales para Georgia, así como en los alrededores de Gori, la ciudad natal de Stalin, donde se han atacado guarniciones y destruido almacenes de material bélico. En estos ataques, la aviación rusa ha perdido cuatro aviones, dos cazabombarderos Su-25 y un aparato de reconocimiento Tu-22. Algunos de estos aviones han sido derribados con sistemas antiaéreos "Tor" de fabricación ucraniana, lo que crea susceptibilidades con otro vecino.

El ataque contra estas infraestructuras recuerda, en una escala mucho menor, a los bombardeos preventivos de la Otan contra instalaciones militares yugoslavas en Serbia y en Belgrado, incluidas industrias y los puentes del Danubio de la capital serbia. El representante de Rusia en Naciones Unidas, Vitaly Churkin, ha recordado directamente en Nueva York aquel precedente.

Con la memoria puesta en Kosovo, en Pekín resultó algo grotesco oír a Putin hablar de "catástrofe humanitaria" mientras el Presidente Bush apelaba a respetar la "integridad territorial" de Georgia. Durante la guerra de Kosovo ambos países defendían los argumentos inversos.

Ahora Rusia va a pedir que Georgia firme garantías de que renuncia a utilizar la fuerza para solucionar los conflictos de Osetia y Abjazia. Como Georgia no lo va a hacer, Rusia avanzará allá sus posiciones estratégicas, manteniendo tropas indefinidamente, lo que representa un notable avance respecto a la situación anterior a esta crisis. Tanto en Osetia del Sur como en Abjazia, la población apoya mayoritariamente la presencia militar rusa. El calculo es que la actual campaña bloquee la candidatura de Georgia a ingresar en la Otan. La posición alemana contra el ingreso en la Otan de países que mantienen pleitos territoriales agudos capaces de involucrar a la Alianza, expresada en la última cubre de la Otan en Bucarest, ha recibido ahora potentes argumentos en su favor.

El ejemplo de Kosovo es vital para entender lo que está ocurriendo. Allá Estados Unidos y la Otan atacaron a un país y bombardearon decenas de objetivos civiles sin la menor relación con Kosovo. Luego colocaron al territorio bajo mandato de la ONU y al final reconocieron su independencia. Es un escenario que inspira mucho en Moscú. El problema es que el Kremlin no puede anexionar a la Federación Rusa a las repúblicas de Abjazia y Osetia del Sur, tal como quiere la inmensa mayoría de sus respectivas poblaciones, porque nadie en el mundo reconocería tal absorción, así que se establecerá una absorción "de facto", copiando los métodos de la Otan y Estados Unidos en Yugoslavia. A diferencia de la de los noventa, la Rusia de ahora no tiene complejos. Sabe que, haga lo que haga, tiene perdida la batalla de la información - muchos medios de comunicación occidentales ya han presentado como "ataque ruso", lo que ha sido una torpeza criminal del Presidente georgiano, quizá bendecida por Bush, como dicen las fuentes rusas. La guerra de Kosovo fue, entre otras cosas, un fraude informativo que demostró que la opinión pública europea podía ser manipulada con la misma facilidad con la que lo es crónicamente la de Estados Unidos. Ahora a Rusia le trae relativamente sin cuidado lo que digan los medios occidentales, cuya credibilidad en Moscú es mínima.

Desde el fin de la operación en Kósovo, el noratlantismo continuó ocupando, militar y geopolíticamente, todos los espacios que la debilidad rusa ha ido dejando; desde los Balcanes, hasta el Báltico, pasando por Transcaucasia y Asia Central, al tiempo que se hablaba de amistad y cooperación. En Afganistán, antiguo patio trasero, ahora es el "imperio del bien", con participación europea, el que continua aquella guerra, en términos tan parecidos y desastrosos a los que Moscú conoció allá en 1989, con la importante diferencia de que los actuales "mujaidines" no están financiados y armados por una superpotencia rival.

El actual cerco militar de Rusia, es más estrecho hoy que en la época soviética. La mitad de las catorce repúblicas ex soviéticas mantienen hoy presencia militar de Estados Unidos o de la Otan. Hasta Ucrania es definida como parte de la "zona de seguridad" americana. El marco de acuerdos estratégicos en materia de no proliferación y desarme (ABM y START) se ha destruido. Los nuevos socios de la Otan no han ratificado el acuerdo CFE, sobre Fuerzas Convencionales en Europa (París, noviembre de 1990), clave de la desmilitarización europea en los noventa, de lo que resulta que en los estados bálticos se puede hoy desplegar cualquier cosa, lo que aumenta la posibilidad de un despliegue ruso de armas nucleares tácticas para compensar desequilibrios convencionales, lo mismo que la Otan hizo en su día para compensar la alegada superioridad convencional del Pacto de Varsovia en Europa. El despliegue de un escudo antimisiles "contra Irán", en… Europa Central, es la patraña más descarada y absurda que pudiera imaginarse. Rusia se ha convencido de el mundo solo respeta a los matones y actúa como tal. La señal que lanza esta crisis es que Rusia está preparada para responder militarmente a cualquier nuevo intento de arrebatarle posiciones en su patio trasero. El olímpico traspié de Saakashvili lo muestra con toda claridad.

DOS FORMAS DE ATAJAR LA CRISIS


Dos formas de atajar la crisis
GUILLERMO DE LA DEHESA 06/10/2008

Diario EL PAÍS.


Esta última semana el pánico ha contagiado ya no sólo a los inversores individuales e institucionales, también a los bancos. El mercado interbancario prácticamente no existe. Antes de la crisis, los bancos tomaban prestado a pocos puntos básicos por encima del tipo de intervención. El 30 de septiembre, el interbancario a un día en dólares llegaba en EE UU al 6,88%, tres veces el tipo de los fondos federales y la del Banco Central Europeo (BCE) en dólares alcanzó al 11%, cinco veces más que antes de la crisis. Ese día, los bancos europeos, en lugar prestar a otros bancos la enorme liquidez tomada del BCE, la atesoraron y redepositaron en el BCE 44.000 millones de euros a un punto porcentual más bajo del que pagaban, antes que ganar un margen al prestarlos a un día.

Hace una semana, mientras se intentaba aprobar el Plan Paulson, algunos políticos europeos hablaban de la pérdida definitiva de la supremacía financiera americana, mientras mostraban cierta complacencia sobre la situación bancaria europea (cuando hay bancos europeos más apalancados que los americanos). Dos días después, cinco bancos europeos han tenido que ser rescatados o nacionalizados y varios países de la UE han tenido que garantizar todos los depósitos de sus bancos. Pero hoy, algunos bancos no sólo están amenazados por las corridas sobre sus depósitos por los ahorradores sino también por las corridas sobre su capital por los inversores institucionales a través de la venta en corto de sus acciones.

Al aumentar el pánico y la probabilidad de que esta crisis sea sistémica, ya no puede ser resuelta sólo con soluciones nacionales. Cuando una crisis deviene sistémica, la política monetaria y de liquidez de los bancos centrales es mucho menos importante que la presupuestaria. El presupuesto federal de EE UU es enorme. El de la UE es pequeño para recapitalizar los bancos europeos y el de los países miembros está sujeto al Pacto de Estabilidad, para evitar déficit y deuda excesivos.

En EE UU el plan Paulson ha sido aprobado y la FED ha mantenido los tipos bajos, lo que va a ayudar mucho, pero no es suficiente. Hace falta también una acción fiscal europea contundente. EE UU ha aprendido que ir salvando un banco cada vez no funciona y ha adoptado una respuesta más sistémica. La UE está todavía tratando la crisis banco a banco y además por cada gobierno individualmente. Lo único que añade el acuerdo del G4 es que la acción va a ser nacional pero "coordinada" y que pueden incumplirse el Pacto de Estabilidad y la política de competencia del Mercado Único. Este acuerdo muestra poca voluntad de política común y puede no ser suficiente. Además, puede crear conflictos entre los países miembros, especialmente con los países pequeños con bancos grandes, pone más presión sobre el BCE y puede terminar resultando en una balcanización del sector bancario europeo.


Guillermo de la Dehesa, presidente del Centre for Economic Policy Research

miércoles, 1 de octubre de 2008

EL "BLUES" DEL RESCATE DE WALL STREET


El 'blues' del rescate de Wall Street

JOSEPH E. STIGLITZ 01/10/2008

Diario EL PAÍS

No hace falta ser un genio para comprender que el sistema financiero de Estados Unidos -el sistema mundial, en realidad- está en una situación caótica. Y ahora, después de que la Cámara de Representantes estadounidense haya rechazado el plan de rescate de 700.000 millones de dólares propuesto por el Gobierno de Bush, también es evidente que no hay un consenso sobre cómo arreglarla.

El buen ejemplo lo dieron los países escandinavos ante su crisis financiera
Los problemas de la economía y el sistema financiero de EE UU son visibles desde hace años. Pero eso no impidió que las autoridades acudieran a las mismas personas que habían contribuido al caos, que no fueron capaces de ver los problemas hasta que estábamos al borde de otra Gran Depresión, y que se han dedicado a deambular de rescate en rescate, para pedirles que nos salven.

Mientras los mercados mundiales se desploman, el plan de rescate volverá, casi con seguridad, a someterse a votación en el Congreso. Puede que salven Wall Street, pero ¿qué pasa con la economía? ¿Qué pasa con los contribuyentes, ya agobiados por unos déficits sin precedentes y con facturas todavía impagadas para financiar unas infraestructuras deterioradas y dos guerras? En estas circunstancias, ¿puede salir bien cualquier plan de rescate?

Por supuesto, el plan de rescate recién derrotado era mucho mejor que lo que proponía en un principio el Gobierno de Bush. Pero su enfoque de base seguía teniendo unos defectos fundamentales. Para empezar, se basaba -otra vez- en la economía del trickle-down, del goteo: no se sabe cómo, si se daba suficiente dinero a Wall Street, acabaría llegando hasta las personas corrientes, beneficiaría a los trabajadores y los propietarios de viviendas. La economía del goteo no funciona casi nunca, y no parece probable que vaya a ser distinto ahora.

Además, el plan suponía que el problema fundamental era de confianza. No hay duda de que eso es parte del problema; pero el origen está en que los mercados financieros concedieron unos préstamos basura. Había una burbuja inmobiliaria y se hicieron préstamos basados en unos precios inflados.

La burbuja ha estallado. Los precios de la vivienda seguramente bajarán aún más, así que habrá más ejecuciones hipotecarias y, por más que se infle el mercado, eso no va a cambiar. Los préstamos basura, a su vez, han creado en los balances bancarios enormes agujeros que habrá que reparar. Una acción de rescate del Gobierno que pague el precio justo por esos activos no ayudará precisamente a reparar el agujero. Al contrario, sería como hacer transfusiones masivas de sangre a un paciente que sufre una enorme hemorragia interna.

Aunque se pusiera rápidamente en marcha un plan de rescate -cosa que parece cada vez más improbable-, habría cierta contracción del crédito. La economía estadounidense se ha sostenido gracias a un auge del consumo alimentado por el préstamo excesivo, y eso se reducirá. Los Estados y los ayuntamientos están recortando gastos. Los balances domésticos son más débiles. Una desaceleración económica exacerbará todos nuestros problemas financieros.

Podríamos hacer más con menos dinero. Los agujeros de los balances de las instituciones financieras deberían repararse con transparencia. Los países escandinavos nos mostraron cómo, hace 20 años. Warren Buffet ha enseñado otra manera, al proporcionar capital a Goldman Sachs. Al emitir acciones preferentes con garantías (opciones), se reduce el riesgo de pérdidas del público y se garantiza que pueda participar en parte de los posibles beneficios.

Esta estrategia no sólo ha demostrado su validez sino que ofrece los incentivos y los medios para que se reanuden los préstamos. Evita la inútil tarea de intentar valorar millones de complejas hipotecas y los productos financieros, todavía más complejos, en los que están incrustadas, y resuelve el problema de las gangas: que el Gobierno se quede con los activos peores o más sobrevalorados. Por último, se puede poner en práctica mucho más deprisa.

Al mismo tiempo, se pueden tomar varias medidas para disminuir las ejecuciones hipotecarias. En primer lugar, es posible hacer que la vivienda esté más al alcance de los estadounidenses de rentas bajas y medias convirtiendo la deducción por hipoteca en un crédito fiscal reembolsable. El Gobierno, en la práctica, paga el 50% del interés hipotecario y los impuestos sobre el patrimonio de los ciudadanos de rentas más altas, pero no hace nada por los pobres. En segundo lugar, es necesaria una reforma de las bancarrotas para permitir que los propietarios reduzcan el valor de su vivienda y permanezcan en sus casas. Tercero, el Gobierno podría hacerse cargo de parte de una hipoteca, aprovechando sus costes de préstamo inferiores.

Por el contrario, el enfoque del secretario del Tesoro estadounidense Henry Paulson es un ejemplo más de los juegos de trileros que han metido al país en este lío. Los bancos de inversiones y los organismos calificadores de crédito creían en la alquimia financiera, la idea de que era posible crear un valor importante a base de cortar y dividir valores. La nueva opinión es que es posible crear valor real descortando y desdividiendo, sacando esos activos del sistema financiero y poniéndolos en manos del Gobierno. Pero eso significa pagar un precio demasiado alto por los activos, y eso sólo beneficia a los bancos.

Al final, existen grandes probabilidades de que, si se acaba por aprobar un plan así, los contribuyentes estadounidenses se queden atrapados. En la economía del medio ambiente hay un principio básico que es "el que contamina, paga". Es una cuestión de justicia y de eficacia. Wall Street ha contaminado la economía con hipotecas tóxicas. Debería pagar la limpieza.

Existe cada vez más consenso entre los economistas de que cualquier rescate basado en el plan de Paulson no va a funcionar. De ser así, el enorme incremento de la deuda nacional y la conciencia de que ni siquiera 700.000 millones de dólares son suficientes para salvar la economía estadounidense erosionarán la confianza aún más y agravarán su debilidad.

Pero, por otro lado, los políticos no pueden no hacer nada en una crisis semejante. Así que quizá tengamos que rezar para que un acuerdo elaborado con la misma mezcla tóxica de intereses especiales, una economía equivocada y unas ideologías de derechas que provocó la crisis pueda, de una u otra forma, producir un plan de rescate que funcione, o cuyo fracaso no haga demasiado daño.

Arreglar esta situación -incluido un nuevo sistema de regulación que disminuya la probabilidad de que vuelva a ocurrir una crisis como ésta- es una de las muchas tareas con las que se encontrará el próximo Gobierno.


Joseph E. Stiglitz, catedrático de Economía en la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía en 2001.