¿Quién tenía interés en manchar la reputación de Benedicto XVI?
La Gaceta de los Negocios
Hippolyte Simon es arzobispo de Clermont y vicepresidente de la Conferencia de los obispos de Francia
20/02/09
Mons. Williamson, cuyas afirmaciones son intolerables, no ha vuelto a la Iglesia Católica y todavía no depende de la autoridad del Papa.
No sé si estoy enfadado o decepcionado, seguramente las dos cosas, pero el asunto supera los límites. Por eso digo: ¡basta! Basta con el movimiento mediático en contra del Papa Benedicto XVI, por el hecho de que “hubiera reintegrado a cuatro obispos integristas”, uno de ellos negacionista declarado. Esta declaración es una calumnia, no una crítica, y es fruto de una desinformación.
Antes de manifestar lo que se piensa ante las decisiones del Papa hay que decir, repetir y subrayar que estos cuatro obispos no han sido reintegrados. Mons. Williamson, cuyas afirmaciones en la televisión sueca son efectivamente intolerables, no ha vuelto todavía a la Iglesia Católica y todavía no depende de la autoridad del Papa.
Concedo mi indulgencia a todos los periodistas que han podido confundir, de buena fe, la supresión de la excomunión con la reintegración simple y llana. Las diferentes categorías utilizadas por la Iglesia pueden llevar a confusión el gran público. Según el Derecho de la Iglesia, no es lo mismo en absoluto. Si confundimos los conceptos, nos convertimos en víctimas de las simplificaciones que sólo sirven para satisfacer las intenciones de los que buscan provocar.
Habitualmente, el gran público tiene derecho a exigir de un periodista deportivo que sepa distinguir, por ejemplo, entre un corner y un ensayo. ¿Por qué la Iglesia no tendría el derecho de gozar de un vocabulario técnico? Retomemos pues lo que ha pasado. Después de la elección del Papa Benedicto XVI en abril 2005, los obispos de la Fraternidad de San Pío X, fundada por Mons. Lefebvre, han pedido retomar el diálogo con Roma con dos condiciones previas: primero, la liberalización del Misal de 1962, lo que fue hecho de motu proprio en julio de 2007. Segundo, el levantamiento de las excomuniones. ¿Qué significa levantamiento de las excomuniones? Cuando Mons. Lefebvre desobedeció ordenando a cuatro obispos a pesar del asentamiento formal del Papa, es como si hubiera caído automáticamente una barrera y que se hubiera puesto un semáforo en rojo para señalar que “ha salido”. Mons. Lefebvre ha muerto, que descanse en paz. Hoy, sus sucesores dicen al Papa: “Estamos preparados para retomar el diálogo, pero queremos un gesto simbólico de su parte. Queremos que levante la barrera y que ponga el semáforo en ámbar parpadeante”.
El Papa, queriendo favorecer el diálogo, levantó la barrera y queda por saber ahora si los que piden volver lo van a hacer. ¿Entrarán todos? ¿Bajo qué condiciones? No lo sabemos. Como dice el cardenal Giovanni Battista Re en su decreto oficial: “Hay que estabilizar las condiciones del diálogo”. Quizás el Papa, en un plazo que no conocemos, les dará un estatuto canónico. La condición previa al diálogo está levantada, pero el diálogo no ha empezado aún. La víspera del día en que el decreto del cardenal Re iba a ser publicado, una televisión sueca emitió las declaraciones negacionistas de uno de los cuatro obispos en cuestión, Mons. Williamson.
“El pontífice, queriendo favorecer el diálogo, levantó la barrera y queda por saber ahora si los que piden volver lo van a hacer” El Papa, cuando firmó el decreto del cardenal, ¿podía conocer el discurso de Mons. Williamson? Muy honestamente, afirmo que no. ¿Qué significa esta coincidencia entre la firma de un decreto previsto para el 21 de enero, y entonces conocida por Mons. Williamson, y la difusión de las afirmaciones televisivas? ¿Quién saca partido del crimen? ¿Quién saca provecho del escándalo provocado por unas afirmaciones tan obscenas? La respuesta me parece límpida: al que, o los que, querían torpedear el proceso inaugurado por la firma del decreto. Sin embargo, si seguimos un poco estos asuntos y las diferentes intervenciones de Mons. Williamson es claro que este último no quiere por ningún precio la reconciliación con Roma. Este obispo ha usado el método de los terroristas: hace estallar una bomba (intelectual) esperando que todo el proceso de reconciliación vaya a descarrillar. Prefiere dejar un campo de ruinas antes que reconciliarse con los que considera como enemigos. Entonces digo con tristeza a todos los que han seguido la estafa, con voracidad o con dolor, y hecho la amalgama entre Benedicto XVI y Mons. Williamson: ¡habéis caído, inconscientemente, en la trampa de un provocador cínico! Además, le habéis permitido ir hacia un segundo objetivo: manchar con las peores formas la reputación del Papa. Un Papa en el que aquel provocador desconfía más que en nadie porque ve bien que este Papa arruina toda la argumentación sin fundamento de Mons. Lefèbvre. Me remito a un artículo que había publicado Le Monde, el año pasado, en el momento de la publicación del Motu Proprio: “Cuando leo, un poco en todas partes, que el Papa otorga todo a los integristas y que no exige nada en contraparte, no estoy de acuerdo: se lo concede todo sobre la forma de los ritos, pero desmantela totalmente su argumentación en el fondo. La argumentación de Mons. Lefebvre se basaba en una supuesta diferencia sustancial entre el rito dicho de San Pío V y el rito dicho de Pablo VI. No obstante, reafirma Benedicto XVI, no tiene sentido hablar de dos ritos. Podíamos, en todo caso, legitimar una resistencia al Concilio si pensábamos, en conciencia, que existía una diferencia substancial entre dos ritos. “¿Podemos legitimar esta resistencia, y con más razón un cisma, a partir de una diferencia de formas?”. Para Mons. Williamson, Benedicto XVI es infinitamente más temible que todos los que hacen la apología de la ruptura introducida por el Concilio Vaticano II. Porque si hay ruptura, entonces está confortado en su oposición a la novedad.
Creo que haría falta desarrollar mi argumentación. Que cada uno me perdone por no remitir a los sitios de internet donde todo esto es visible, pero deseo sobre todo que cada uno acepte desconfiar de las provocaciones demasiado bien montadas. En cuanto a los que se obstinan a repetir que Joseph Ratzinger ha servido en la Juventud Hitleriana, que acepten de leer otra vez el testimonio que ha dado en Caen el 6 de Junio de 2004, para el 60 aniversario del Desembarco en Normandía y que se planteen luego lo que hubieran hecho a su vez... Que se levante hoy la voz hasta aullar no implica que en tiempos pasados uno fuera capaz de desmarcarse de los lobos de la época.
Queda un punto, secundario pero muy grave: cuando se trata de asuntos tan sensibles, tendremos que referirnos a la comunicación de las instancias romanas. Después de la polémica de Ratisbona espero que los responsables de la Curia efectúen un serio repaso de los errores de su comunicación. En resumen, he vivido el evento así: miércoles 21 de enero, los medios integristas italianos que pensaban triunfar organizan una fuga en Il Giornale. De inmediato, el tam-tam mediático se pone en marcha. Pero nosotros, miembros de las conferencias episcopales, ¡no sabemos absolutamente nada! Y durante tres días, las noticias erróneas, que hablan a lo largo del día de reintegración, proliferan y se extienden por todas partes como la pólvora.
Llega entonces la bomba de Mons. Williamson... Y sólo es el sábado por la mañana —tres días demasiado tarde—cuando recibimos el comunicado oficial del cardenal Re. ¿Cómo queréis vosotros que podamos relanzar el debate sobre unas bases correctas? El cardenal Ricard lo había intentado, de una muy buena manera, pero el fuego se había extendido ya demasiado y nadie más podía escuchar una palabra razonable.
“Cuando se trata de asuntos tan sensibles como estos, tendremos que referirnos a la comunicación de las instancias romanas” Ahora que el asunto se despeja, intentemos centrarnos de nuevo con tranquilidad. Como decía mi abuela: “De un mal Dios se puede hacer salir el bien”. Lo malo es que el Papa Benedicto XVI, otra vez, ha sido cubierto de fango por muchos de los grandes medios de comunicación, excepto, gracias a Dios, el periódico La Croix y algunos otros más. Muchos católicos y gente de buena voluntad no comprenden el asunto y sufren por ello. Pero lo bueno es que ahora las máscaras han caído. Si, a pesar de todo esto, el diálogo continúa con los obispos de la Fraternidad San Pío X —bajo reserva, que pasen la barrera ahora levantada— se podrán distinguir bien las distintas posturas, porque todo el mundo sabe un poco mejor lo que piensan los unos y los otros.
Para concluir, quiero dirigirme a los fieles católicos que pueden, no sin motivo, tener la impresión de sentirse un poco traicionados, por no decir despreciados, en este asunto: “Meditad la parábola del Hijo Pródigo y hacedla actual con este acontecimiento. Si el hijo mayor, que primero se había negado entrar a la fiesta, dice que quiere finalmente volver, ¿vais a rechazarlo?”.
Confiad en vosotros mismos y en el Espíritu que conduce la Iglesia y que también ha guiado el Concilio Vaticano II, para pensar que el simple hecho de la presencia presencia de este hijo mayor no bastará para estropear la fiesta. Dadle a este último invitado un poco de tiempo para acostumbrase a la luz de la Asamblea en la cual estáis.
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